Cierto día un rico acostumbrado a tenerlo todo, llego a sus oídos
la noticia de que en una lejana aldea vivía un hombre que sabía volar.
Pero cuando llego el rico a la aldea lejana, nadie le supo
informar acerca del hombre que volaba. Ansioso por encontrarlo, ofreció una
recompensa a quien pudiera darle información sobre su paradero más todo fue en
vano.
Mientras se encontraba recorriendo la aldea, se le acercó un
viejo muy pobre que le pregunto si era él quien buscaba al hombre que sabía
volar. El rico le respondió que sí.
Puedo llevarte hasta él si quieres dijo el
viejo. Pero comamos algo y después iremos a buscarlo.
Así lo hicieron.
El rico ardía en
impaciencia por encontrar al hombre que volaba y no cesaba de hacerle preguntas
acerca de él.
¿Todavía estamos muy lejos? Preguntaba una y otra vez.
No, no, ya estamos muy cerca respondió el viejo.
Pasaron los días y el rico empezó a dudar del viejo. Cuando hicieron
una parada no pudo aguantar más y grito con cólera.
Desde hace unas semanas bienes diciendo lo mismo, estamos
cerca, pero yo no veo ningún indicio del hombre que buscamos. Empiezo a
sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un embaucador que solo
buscas aprovecharte de mí.
Ten paciencia, no te desesperes replico el viejo. Te aseguro
que estamos cerca.
Pero el rico ya había
perdido la paciencia y le dijo:
Yo no sigo más. Me voy. Tu veras como vuelves porque no
pienso darte nada y me importa un comino si te mueres de hambre.
Y el comerciante comenzó a descender de la montaña por donde
antes habían subido. No entendía como se había dejado engatusar por aquel viejo
que, sin duda estaba mal de la cabeza. Cuando de repente vio una sombra sobre
el, alzo los ojos y vio al viejo volando plácidamente en el cielo.
Muchas veces estamos acostumbrados a tenerlo todo y cuando
queremos alcanzar nuestros objetivos no estamos dispuestos a pagar el precio
del esfuerzo y sacrificio que implica la
perseverancia.
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