Napoleón se encontró una vez frente a un obstáculo,
al
parecer insuperable,
bajo la forma de un caudaloso rió, al lado opuesto de este
se encontraba el ejército austriaco.
Era imposible vadear aquella corriente
impetuosa afrontando
el fuego enemigo; otro general hubiese renunciado a ello...
Pero demorar el ataque era darle tiempo al enemigo para
recibir refuerzos, cosa que no entraba en los planes de Napoleón.
Así, el
pequeño corso siguió
la idea de la de acero, en vez de la voluntad de
hierro.
El hierro se dobla cuando encuentra suficiente resistencia;
el acero
cede también por un momento, pero se endereza
en cuando cesa la presión.
Y Bonaparte
demostró que su temple era tan fino como
el de los aceros de Damasco.